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Sabemos valorar y medir lo que nuestros ojos ven, aquello
que tocamos, incluso lo que somos capaces de oler o escuchar. Nuestros sentidos
nos ayudan a configurar una escala de valores personal e intransferible con la
que emitimos juicios razonados basados en apreciaciones sencillas de
justificar.
Bello, sabroso, desagradable, melódico, dulce, molesto… los
adjetivos nos ayudan a describir nuestro mundo, la apreciación única que
percibimos del entorno. Opiniones volubles pero sólidas; únicas y a veces
originales. Sabemos describir lo que sentimos.
Y sin embargo, las palabras sirven de poco cuando se trata
de intangibles. De aquellos valores que existen, que notamos en el entorno en
el que nos movemos, pero que nos cuesta describir.
A pesar de su innegable componente físico, de la superación,
del esfuerzo, incluso del sufrimiento; el ciclismo se nutre de intangibles, de
valores que enaltecen una determinada prueba situándola en la cima de este
deporte. Un Campeonato del Mundo de ciclismo acumula incalculables valores
intangibles, detalles que la convierten
en una parada diferente al resto. En única.
De inicio, destaca que se compite por selecciones
nacionales. Es cierto que nuestros ojos, acostumbrados a los colores habituales
de toda una temporada, distinguen los nuevos diseños durante esta semana. Sin
embargo, el componente nacional – tan romántico a ratos como irracional a veces
– se cuela de lleno en cunetas y mentes de aficionados, medios y deportistas.
Un sentimiento a veces profundo y que impregna todo su proceso, desde la selección
previa hasta el desenlace.
Que se compita por selecciones nacionales también provoca
que los aficionados – belgas, neerlandeses, italianos o noruegos en su mayoría –
vivan este evento de una forma especial. Aunque el componente patriótico
también convive en el resto de carreras, éste cobra una relevancia exponencial
en comparación con cualquier otra cita en un Mundial. Durante el año, se apoya
a un determinado corredor, rara vez a un equipo comercial. En un Campeonato del
Mundo cambia esta premisa. Aún con puntual predilección por un determinado
corredor, se anima a un equipo completo: a tu selección.
También incide que se trate de la última gran prueba
mediática a nivel mundial. Por mucho que Lombardía sea considerado uno de los
cinco Monumentos del calendario, su relevancia se desvanece fuera de las
fronteras italianas más allá de los incondicionales de este deporte. Sobrevuela
un halo de despedida, de cambio próximo. Intangibles.
Por supuesto, influye que las pruebas se desarrollen en su
mayoría sobre circuito cerrado, permitiendo que los espectadores puedan vivir
de cerca en repetidas ocasiones un deporte fugaz pero intenso y cercano, en el
que casi se pueden percibir olores y sonidos de carrera. Multiplicar intensidad
y duración de una experiencia.
Pero si de intangibles hablamos, resulta inevitable nombrar
los dos que mejor definen esta competición: tradición y prestigio. Un maillot
arco iris es para siempre. Forma parte de la historia. No importa que lo porte
Eddy Merckx o que lo haga Romans Vainsteins. Un arco iris se extiende más allá
de su año natural. Fosiliza.
Más favoritos que nunca
En este escenario, frente a la posibilidad de escribir
historia del ciclismo, Ponferrada decidirá este domingo uno de los títulos más
inciertos de los últimos años. Por mucho que multitud de selecciones sueñen
cada año con vestir a uno de sus corredores con las cinco barras del particular
arco iris ciclista, en realidad, rara vez parten más de siete-ocho hombres con
opciones tangibles de triunfo. En El Bierzo será distinto.
El culpable no es otro que el recorrido. Un trazado que los
puristas definirían como mixto, en donde la inteligencia en carrera y los
fundamentos tácticos jugarán un papel tan decisivo como la fuerza de las
piernas tras más de 250 km. Un circuito en el que tanto John Degenkolb como
Vincenzo Nibali partirán con opciones de escuchar su himno nacional varias horas
después de las diez de la mañana. Difícil conseguir semejante paradoja.
Y es que la dureza, aunque patente, tangible en este caso,
forma parte del trazado berciano; ésta dependerá en gran medida del empeño de
los equipos interesados en acelerar la producción de lactato en el músculo de
los hombres rápidos. Ni la subida a Confederación (5,2 km al 3,3%) ni El
Mirador (1,1km al 5,5%) aportan ni el desnivel ni la exigencia suficiente para
romper un pelotón de corredores profesionales. Sin embargo, la acumulación de
esfuerzos y la ausencia casi total de zonas de recuperación abren el abanico de
candidatos. La única forma de hacer descabalgar a estos velocistas capaces en
media montaña parte de mantener pulsado el botón del turbo desde muy temprano.
Alemania (Degenkolb), Francia (Bouhanni), Australia
(Matthews) o Bélgica (Boonen) lucharán por echar abajo todas las fugas
peligrosas del día. En total, unos treinta corredores al servicio de sus
velocistas bandera. Del desgaste previo, dependerá que los saltos de los
Cancellara, Valverde, Nibali, Rui Costa o Gilbert fructifiquen en el último de
los ascensos a El Mirador.
Una táctica de manual
Porque, a pesar de que hombres importantes deberán moverse
antes de la última vuelta, resultará complicado que el portador de la medalla
de oro aparezca en las primeras posiciones del pelotón antes esos últimos
kilómetros. Todos saben dónde intentará moverse Valverde. No lo esconde. La
diferencia entre el éxito y el fracaso se fraguará en las horas previas, en los
ataques de corredores que eliminen trabajadores y que fatiguen el potencial de
los velocistas.
Un escenario en donde se plantea un duelo precioso sobre el
tablero. Un choque entre interesados en mantener la unidad y partidarios de
romper el pelotón en mil pedazos. En esta lucha, los primeros parten con cierta
ventaja. Si algo han demostrado las pruebas previas en este mismo circuito
(tanto en Campeonatos de España como en el propio Mundial), es que se trata de
un recorrido que favorece el control. Mejor cuantos más soldados. Desperdiciar
vueltas, no endurecer subidas, aumentaría el número de unidades del grupo
final.
El factor inesperado
No obstante, conviene remarcar un factor del que se habla
desde hace semanas: la lluvia. Ya se constató en nacionales con la prueba sub
23. El agua modifica por completo las características de un circuito con dos
descensos estrechos a la par que peligrosos. Tanto la curva de entrada al
pantano como un giro a izquierdas a 2,5 km de meta se convierten en auténticas
trampas con el piso húmedo. Además, la aparición de la lluvia conlleva en esta
zona de El Bierzo la bajada de las temperaturas. Agua y frío. Una mezcla que
afecta tanto al músculo como a la mente. Carrera para valientes en ese caso.
Las predicciones hablan de una probabilidad de lluvia
cercana al 60%, si bien es cierto que en ningún caso se esperan fuertes
tormentas. Lo suficiente de todas formas para que el circuito proporcione más
emociones de las que gustarían en el pelotón. Casi nadie, quizá sólo Italia y
Nibali – ahí gran parte de su probabilidad de éxito – desean que el agua modifique
la carrera de los intangibles, aquélla que para muchos siempre será la mejor
competición del año.
Favoritos:
*****
John
Degenkolb, Simon Gerrans, Michael Matthews
****
Alejandro
Valverde, Nacer Bouhanni, Tom Boonen, Fabian Cancellara, Alexander Kristoff
***
Rui Costa, Tony Gallopin, Greg Van Avermaet, Philippe Gilbert, Michal Kwiatkowski
**
Ben Swift, Daniel Martin, Joaquim Rodríguez, Peter Sagan, Vincenzo Nibali
*
Daryl Impey, Matti Breschel, Alexandr Kolobnev, Sonny Colbrelli, Zdenek Stybar
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