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Sabemos valorar y medir lo que nuestros ojos ven, aquello
que tocamos, incluso lo que somos capaces de oler o escuchar. Nuestros sentidos
nos ayudan a configurar una escala de valores personal e intransferible con la
que emitimos juicios razonados basados en apreciaciones sencillas de
justificar.
Bello, sabroso, desagradable, melódico, dulce, molesto… los
adjetivos nos ayudan a describir nuestro mundo, la apreciación única que
percibimos del entorno. Opiniones volubles pero sólidas; únicas y a veces
originales. Sabemos describir lo que sentimos.
Y sin embargo, las palabras sirven de poco cuando se trata
de intangibles. De aquellos valores que existen, que notamos en el entorno en
el que nos movemos, pero que nos cuesta describir.
A pesar de su innegable componente físico, de la superación,
del esfuerzo, incluso del sufrimiento; el ciclismo se nutre de intangibles, de
valores que enaltecen una determinada prueba situándola en la cima de este
deporte. Un Campeonato del Mundo de ciclismo acumula incalculables valores
intangibles, detalles que la convierten
en una parada diferente al resto. En única.
De inicio, destaca que se compite por selecciones
nacionales. Es cierto que nuestros ojos, acostumbrados a los colores habituales
de toda una temporada, distinguen los nuevos diseños durante esta semana. Sin
embargo, el componente nacional – tan romántico a ratos como irracional a veces
– se cuela de lleno en cunetas y mentes de aficionados, medios y deportistas.
Un sentimiento a veces profundo y que impregna todo su proceso, desde la selección
previa hasta el desenlace.