jueves, 17 de julio de 2014

El regreso del gigante dormido

A los aficionados al deporte nos ocurre que solemos asociar términos cotidianos con ganchos propios de la práctica deportiva, sin importar siquiera la disciplina. Así, cada vez que escuchamos la palabra 'competitivo', automáticamente pensamos en Alemania, ya sea en su selección de fútbol, en los arrestos de Boris Becker o en los golpeos de Bernhard Langer. Y es que el deporte teutón siempre se ha caracterizado por su excepcional nivel en la mayoría de modalidades y categorías. Cuestión de disciplina, de trabajo y, también, de personalidad nacional.

Ese gen ultracompetitivo alemán no sirvió para que el ciclismo germano se apuntara su primera general del Tour de Francia antes de 1997, cuando Jan Ullrich comenzó un reinado que entonces parecía casi infinito pero que la irrupción de Lance Armstrong acortó de forma tan drástica como inesperada a esa única victoria final. Alemania ya contaba entonces con uno de los equipos mejor preparados del pelotón internacional, el Telekom de un Bjarne Riis que un año antes había cercenado la era Miguel Indurain en las rampas de Les Arcs.

La multinacional de las telecomunicaciones había aglutinando en la formación dirigida por Walter Godefroot a los mejores talentos del país:
Erik Zabel, Udo Bolts, Jens Heppner, Uwe Raab,
Olaf Ludwig o los prometedores Andreas Kloden y Jan Ullrich. El Tour de 1997, en mayor medida que el logrado un año antes por Riis, aupó al deporte del pedal hasta la cima mediática nacional. Las audiencias del Tour de Francia crecían de forma exponencial y las cunetas se llenaba al mínimo avistamiento de la carrera francesa, como en el año 2000 (Friburgo) o en el 2005 (Karlsruhe).

Para esa época, Telekom (transformado en T-Mobile con el paso de los años) ya no pedaleaba en solitario en la élite del pelotón internacional. Otras dos formaciones alemanas habían alcanzado su mismo nivel y estatus: Gerolsteiner, de crecimiento más pausado pero contundente en sus últimos años en la élite, y Team Coast, mucho más fulgurante y que en su último curso, ya como Bianchi en 2003, llegó a contar en sus filas con un Jan Ullrich a quien sus malos resultados habían expulsado de Telekom a finales de 2002. Incluso Milram, italiano en sus inicios, tomó licencia alemana en sus últimas temporadas.

De forma paralela, se recuperó la Vuelta a Alemania, prueba que dejó de organizarse en 1983 y que no volvió al pelotón profesional hasta 1999, al rebufo de los grandes resultados teutones en el Tour de Francia. La carrera tomó gran relevancia, tanto por su impacto mediático como por su nómina de participantes, llegando a postularse como alternativa más que seria a las tres grandes vueltas por etapas, amenazando incluso la integridad de alguna de ellas. Alemania amaba el ciclismo del mismo modo que el ciclismo amaba a Alemania.

La mentira tuvo un precio

El idilio se rompió de forma brusca en la primavera de 2006, con la irrupción de la Operación Puerto. Desde ese momento, el ciudadano alemán comenzó a dar la espalda al ciclismo de forma progresiva pero casi imparable. Las confesiones de los grandes ídolos nacionales se sucedían y la aparición de nuevas tramas de dopaje, con ciclistas alemanes y corredores de formaciones nacionales implicados, resquebrajó la fe del país en un deporte con el que ya no se identificaban. La mentira no forma parte del ideario del buen alemán y el dopaje se entendió desde el primer momento como una farsa, tanto hacia al resto de competidores como, sobre todo, hacia el aficionado.

Las reacciones se sucedían desde todos los ámbitos: la ARD, televisión pública nacional, retiró su cobertura informativa del Tour de Francia, Gerolsteiner dejó de patrocinar a la formación de Hans Michael Holczer tras los escándalos de Bernhard Kohl o Stefan Schumacher, T-Mobile hacía lo propio, poniendo punto y final a una estructura histórica, salvada en primer término por Bob Stapleton y su High-Road, aunque ya con licencia norteamericana, y la Vuelta a Alemania dejaba de nuevo de organizarse en 2008. El alemán había dejado de creer en el ciclismo. Ya no le importaba lo más mínimo lo que sucediera en este deporte.

Un renacer progresivo

A finales de la década pasada, el ciclismo alemán a nivel estructural quedó reducido a formaciones Continentales sin casi presencia en el calendario internacional. Además, no sólo la Vuelta a Alemania había desaparecido del mapa; pruebas como el Regio Tour, la Vuelta a Sajonia o la Vuelta a Renania pararon casi al unísono. Sin embargo, se daba la paradoja de que Alemania seguía contando con grandes corredores, sobre todo con promesas de primer nivel. Ellos representaban la salvación de su ciclismo.

Para finales de 2009, durante la celebración de los Campeonatos del Mundo en Mendrisio (Suiza), una nota informativa aparecía por el tablón de anuncios de la sala de prensa: la presentación de un nuevo conjunto Continental alemán. Visto así no parecía una gran noticia. Uno más. Jens Heppner y Ralph Denk encabezaban un proyecto que anunciaba su intención de devolver a la categoría Profesional al ciclismo teutón. De esa plantilla de debut en 2010 sobresalían el checo Jan Barta o el suizo Andreas Dietziker. Poco más.

Pero lo cierto es que NetApp cumplió con las expectativas marcadas, y de qué manera. En 2011 se hacía con la prometida licencia Profesional y para 2012 se estrenaba en una grande participando en el Giro de Italia. El polaco Bartosz Huzarski y el propio Jan Barta se quedaron a las puertas de sendas victorias de etapa que hubieran redondeado un magnífico debut en el circuito de competiciones al más alto nivel. Se sentaban las bases.

Sólo hubo que esperar un año más para esa gran victoria de NetApp, si bien no llegaría en el Giro; sino en la Vuelta. La firmaría el checo Leopold Konig en lo alto de Peñas Blancas. El escalador checo había llegado a la estructura alemana en 2011, con unos resultados prometedores en su país, aunque con sigilo. Suya fue también la victoria unos meses antes en Monte Diablo en California, donde la empresa informática guarda un fuerte interés comercial.

Sin embargo, el auténtico golpe de Ralph Denk ha llegado esta temporada, primero con la esperada y merecida invitación para el Tour de Francia y hace sólo unos días con el anuncio de su nuevo patrocinador para las próximas cinco temporadas: Bora, una empresa de equipamientos de cocina... de nacionalidad alemana. Y ahí se encuentra la noticia. Más de un lustro después, una gran marca germana vuelve a confiar en el ciclismo, una confianza que no ha resultado gratuita y que se ha ganado con trabajo el pelotón alemán durante estos últimos años.

La estrategia deportiva del nuevo patrocinador ha quedado definida desde el inicio: categoría Profesional durante 2015 y 2016 y asalto al World Tour a partir de 2017, todo ello apostando siempre por la cantera alemana y austriaca, como se demuestra en los tres stagiaires de NetApp durante este verano: el alemán Alexander Krieger y los austriacos Patrick Konrad y Gregor Muhlberger. 

Sin duda, Bora supone el revulsivo definitivo para un ciclismo que en este 2014 cuenta con cuatro de los mejores corredores del pelotón mundial: Kittel, Greipel, Degenkolb y Martin (ganadores todos ya de una etapa en este Tour a excepción de John D) y al que sólo le faltaba el empujón de una estructura nacional fuerte para recuperar su lugar en el orden ciclista internacional. Un espejo en el que fijarse.

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